Emilio Castelar
La filosofía del Progreso
La
filosofía de Hegel es la
verdadera Filosofía del Progreso, porque ningún
sistema da, como el sistema hegeliano, al movimiento dialéctico de las
ideas fuerza bastante para remover desde las inmensas moles del
universo, hasta las seculares instituciones de la sociedad.
Reconozco y
confieso que hay en los ánimos reacción vigorosa contra las ideas del
más generalizador, del más sintético entre los filósofos modernos;
reconozco que cae en desuso su formulario, y que se atribuyen a pura
arbitrariedad del talento las maravillosas construcciones de su sistema
científico. Pero aquel ser de su porte que sería indeterminado o vago en
las profundidades de la eternidad, se concreta por la existencia, se
define por la contradicción; pasa de la pura lógica a la lógica real, de
la lógica real a la naturaleza inorgánica, de la naturaleza inorgánica a
la naturaleza orgánica; y después de haberse irradiado por los espacios
infinitos en mundos, sobre los cuales fuerzas físicas y químicas
producen las especies, se alza a ser espíritu, primero subjetivo o
individuo, luego objetivo o sociedad; y se eleva a Estado, y desde el
Estado al Arte, donde la realidad y el ideal se identifican en amor
inextinguible; y desde el Arte a la Religión, que une lo finito con lo
infinito, y en cada ser humano encarna el Verbo divino: y desde la
Religión a la Ciencia, en que triunfa la razón pura, hasta llegar,
después de haberse movido en series tan perfectamente sistematizadas,
después de haberse agrandado en fases tan necesarias y sucesivas, desde
ser indeterminado y vago a ser absoluto y perfecto, en la plenitud de la
vida, de la conciencia, de la posesión de sí mismo; aquel ser en su
comenzar confinando con la nada y al término de su viaje cosmogónico y
espiritual adquiriendo lenta riqueza de vida, contiene la eterna
sustancia del progreso.
Hegel es el filósofo por excelencia del movimiento progresivo. Hasta
él toda metafísica buscaba un principio absoluto, pero inmóvil, un ser
en sí, fuera de nuestras continuas trasformaciones y de nuestros
perpetuos cambios, para contemplarlo en su perpetua quietud, sobre las
cimas inaccesibles de la ciencia y del universo. Desde él, desde la
aparición de pensador tan extraordinario, el oleaje de las generaciones,
el río de los tiempos, la metamorfosis continua de las ideas, las
mudanzas en el estado de los seres, la muerte misma que sobre todo se
extiende y domina, la sucesión de las civilizaciones, los cambios
continuos en las historias, el progreso indefinido forman como el
organismo de lo absoluto. La metafísica hegeliana representa en las
ciencias filosóficas lo mismo que el sistema de Copérnico en las
ciencias astronómicas. El inundo inmóvil , hacia el que gravitaban todas
las ideas, se mueve como la tierra; se remuda como las estaciones. La
corriente del pensamiento humano, como la corriente de las aguas, riega,
fecundiza, vivifica. La lógica pierde el carácter puramente formal y
abstracto, y toma realidad tan viva como las leyes de la mecánica
celeste. La premisa contiene la consecuencia como la semilla contiene el
fruto. Las contradicciones del pensamiento se llaman fuerzas opuestas
en el universo. La vida de la naturaleza no está en la esencia, en la
materia primera, tan abstracta y tan etérea por su indeterminación como
el más vago pensamiento; está en el mudar de los seres y de los
fenómenos. La vida social tampoco está en ninguna abstracción, en
ninguna idea pura, sino en el desarrollo sucesivo de las instituciones,
de las artes, de las creencias, de los pensamientos dentro de toda la
historia. Los hechos copian a las ideas. Los sistemas científicos, que
parecen más abstractos, se encarnan vivamente en la realidad. [2] Del
uno de la metafísica griega brotan las dos cosas por excelencia
prácticas que el mundo antiguo lega al mundo moderno, el derecho romano y
la moral cristiana. Por eso los hechos no pueden separarse de las
ideas, como los cuerpos no pueden separarse de las almas. La aparición
de un nuevo sistema filosófico profundamente conmueve a una sociedad.
Por esto la historia de la filosofía es la filosofía de la historia en
el sentido de que las sociedades copian el espíritu, y se animan, y se
coloran, y crecen a su luz, a su calor, como los planetas siguen a la
atracción, y se coloran a la luz, y se vivifican al calor del sol. Y el
espíritu es primero ser, después naturaleza, después sujeto, después
objeto, y por último, absoluto. Y desde el ser primitivo a lo absoluto
median series de determinaciones sucesivas que constituyen la ley del
movimiento universal. Y esa filosofía así es la filosofía por excelencia
del progreso.
Yo bien sé cuánto van a decirme aquellos que juzgan los sistemas por
sus partes aisladas más que por su espíritu y por su contexto. Van a
decirme que, después de haber condenado la escuela histórica, pongo
entre los filósofos del progreso al ilustre metafísico de la historia.
Van a decirme que, después de haber reivindicado la libertad de
pensamiento, alabo y encarezco una filosofía del Estado, adscrita al
Estado y a sus intereses. Van a decirme que, después de proponerme el
seguir a todas sus esferas el movimiento republicano alemán, me detengo
ante el filósofo que ha declarado la monarquía institución esencial a
las sociedades humanas, y que disolviendo la idea con el derecho en el
movimiento histórico de esta idea, ha llegado a justificar todas las
instituciones y sostenido hasta la pena de muerte. Mas yo creo que una
filosofía no debe ser juzgada por sus fragmentos, por las series
aisladas, donde pueden hallarse contradicciones palmarias con su general
sentido y espíritu. Yo creo que las reservas de Hegel respecto al
Estado son accidentes de aquel día histórico, eclipses de aquel espíritu
luminoso. Yo creo que aun condenando sus concepciones
metafísico-históricas al espíritu en el desarrollo progresivo de su
esencia a ser espíritu nacional, y a convertirse en Estado, cuya
superior representación es la monarquía; cuando el espíritu crece, se
agranda, pasa de espíritu nacional a espíritu de la humanidad; cuando
sucede esto, no puede menos que romper los antes estrechos moldes, y
esparcirse en superiores organismos y formas, correspondientes a la
elevación y a la dignidad de su esencia. Y si esta conclusión en su
pensamiento no se encontraba, encontróse luego en el desarrollo y en la
difusión de su doctrina. Tuviéronla por algo más que republicana los
gobiernos. Abrazáronla como su dogma, como el espíritu de sus creencias
políticas, todos aquellos jóvenes que compusieron la extrema izquierda
hegeliana, y que pelearon así en los parlamentos con la palabra, como en
los campos y en las calles con las armas, por encerrar el
individualista e independiente espíritu germánico en el organismo propio
de su esencia, en el organismo republicano. Y el espíritu de Hegel no
se ha contenido sólo en Alemania. Si allí ha vivificado a los jefes del
radicalismo, a Ruge, a Stirner, a Grün, a Fewerbach, en Francia ha
vivificado a republicanos templadísimos, como Vacherot y Michelet, a
republicanos federales, como Proudhon, y en Italia al ilustre Ferrari.
No puede juzgarse todo el inmanente alcance de una doctrina por la
inconsecuencia personal de su fundador y de su maestro. Aunque Cristo
mandó pagar tributo al César, su doctrina de libertad y de igualdad
destruía el cesarismo; aunque Lutero daba a la gracia tal extensión que
anulaba el libre arbitrio, su Reforma alentó la libertad humana; aunque
Hegel admita la monarquía, su realidad de la lógica, su inmanencia de
las ideas, su movimiento dialéctico del ser, su progreso indefinido
rompen abiertamente con las estrechas inconsecuencias del maestro, y van
a fundar el gobierno de la razón pura y el advenimiento del espíritu
absoluto en una confederación de pueblos libres. El gran maestro lo ha
dicho en frase, que admira por lo profunda y lo sencilla: la historia
del mundo es la historia de la libertad.
Así el pensador germánico no se aisla [3] en su razón individual, a
fin de encontrar allí la frágil base de la ciencia, dando por vanas
todas las ideas anteriores al momento de su aparición momentánea en la
historia. Tanto valdría despreciar en el conocimiento de nuestro planeta
los terrenos primitivos cuando forman como sus bases inconmovibles; y
en el conocimiento de nuestro propio temperamento fisiológico el
temperamento de nuestros padres y abuelos, cuando salta por todo nuestro
organismo y por todos nuestros humores. El hombre no aparece
súbitamente en la tierra y en la sociedad; no debe creerse, pues, el
triste abandonado expósito de los mundos. Como su vida natural se enlaza
con la serie de los minerales, de las plantas, de los seres orgánicos,
su vida espiritual se enlaza con todos los siglos. La ciencia pura nos
da las ideas en sí, las ideas en su entidad; y la historia nos da las
ideas en su desarrollo y sucesión progresiva. En la ciencia las ideas
son; en la historia las ideas se mueven y viven. No separéis la
filosofía de la historia , porque será abstracción sin realidad; no
separéis la historia de la filosofía, porque será confuso montón de
hechos sin ningún principio superior que los coordine. La razón es
individual y universal. La razón individual se encuentra en cada hombre;
pero la razón universal en todos los hombres y en todos los siglos, en
toda la historia. Despreciar la ciencia anterior y recomenzar a cada
momento su estudio, es tanto como nacer todos los días. De esta suerte
la ciencia permanecerá en perpetua infancia. Lo presente, que asegura lo
pasado, jamás podrá engendrar un mejor porvenir. Toda ciencia, aun la
más material y empírica, se resuelve en idea. No lo dudéis: idea es el
átomo del materialista; idea es el substratum del químico. Y por
consiguiente, aun los sistemas, que más a la observación se someten, no
pueden salir del idealismo. Y como todos los sistemas contribuyen al
desarrollo de la idea, todos son, más que falsos, incompletos, y todos
se completan mutuamente en sus contrarios, en sus opuestos, porque la
ciencia se encuentra en la totalidad de todos ellos, como la vida bajo
todas sus fases en la totalidad del universo.
En la idea se encuentran el pensamiento y el ser. Nosotros no
conocemos en sí los objetos externos; sólo tenemos ideas de ellos. El
mundo interior y el mundo exterior se nos revelan por medio de esas
divinas sibilas, por medio de las ideas. No detengamos nuestra atención a
reflexionar si las ideas son adventicias o innatas, resultado de la
experiencia o resultado del raciocinio; no caigamos tampoco en el
problema inútil de averiguar si el sentimiento es superior a la
inteligencia, si sobre la razón hay aún otra facultad más perspicaz, más
escudriñadora, más inspirada, más luminosa, que se llama intuición;
declaremos con verdad, declarémoslo, que ni las sensaciones llegarían a
lo íntimo de nuestros ser si no se trasformaran en ideas, y ni el
pensamiento podría ejercitarse dentro de nosotros mismos si no tuviera
como elemento esencial las ideas; de suerte que bien podemos llamarlas,
puesto que sin ellas nada sentiríamos ni comprenderíamos, las almas de
las cosas.
Pensar es vivir; pensar es crear. El pensamiento lo abraza todo, lo
contiene todo, lo explica todo. Más ancho que el espacio, más duradero
que el tiempo; rápido y universal como la misma luz, vivificante, y
necesario como el calor; atmósfera que envuelve, no a manera de nuestra
baja atmósfera un sólo planeta, sino todo el universo; pesa desde el
insecto que zumba en los límites de la vida hasta la infinita vía
láctea; nota desde los arpegios del ruiseñor en sus escalas músicas
hasta la armonía de las esferas en sus tablas astronómicas; se eleva de
las cosas y de los fenómenos a las ideas abstractas y universales que
son como la norma y el modelo de las obras humanas, y de la vida real a
la justicia, a la bondad, a la hermosura perfecta; y cuando, llegado a
tan alta cúspide, parece estar rendido, cobra aliento, sigue así su
raudo vuelo en su ambición infinita, y mira frente a frente a Dios; como
el águila, que, despreciando la tempestad, se eleva sobre las nubes a
contemplar cara a cara los resplandores del sol.
La idea es necesaria al pensamiento. La idea es necesaria a las
cosas. Ni podemos pensar sin ideas, ni podemos sin ideas conocer el
mundo y el espíritu. La idea entra, [4] pues, en la existencia íntima y
sustancial de los seres. La idea es la razón de todos los fenómenos. Mas
la idea no tiene el carácter del motor inmóvil de Aristóteles; la idea
mueve porque se mueve ella misma. Al movimiento de la idea lo llamamos
dialéctica. La idea no es una; es ella misma y su contraria. Dentro de
cada idea hay una oposición a esa idea. La idea de lo infinito supone la
idea de lo finito; la idea de la hermosura supone la idea de la
deformidad. En las religiones la fe ha opuesto al Dios del bien el Dios
del mal o el diablo, al cielo el infierno; en la metafísica el filósofo
opone a lo contingente lo absoluto, a lo finito lo infinito; en la
mecánica celeste el astrónomo encuentra la atracción y la repulsión; en
el aire el químico los gases opuestos que forman el equilibrio de la
vida; en nuestro cuerpo el fisiólogo la sangre venosa y la sangre
arterial, la batalla de humores contrarios; en la tierra por todas
partes ve el hombre la vida que engendra y la muerte que devora.
Coexisten siempre los contrarios. Y sobre esta coexistencia se funda la
dialéctica. Así la dialéctica no es un mero método subjetivo, es la ley
real objetiva de todos los seres. Ningún cuerpo escapa a la ley de la
gravedad. No consienten estas leyes excepciones. El tenue polvillo de
las plantas, que parece burlarse de ellas, vuelve a caer sobre las alas
de la mariposa o sobre el cáliz de las flores, o en la tierra misma,
atraído como la mole inmensa de Saturno o de Júpiter a su centro de
gravedad. Nada en el mundo ni en el cielo se exceptúa tampoco de la ley
imperiosa de los contrarios. Por doquier hay ser y no ser; unidad y
multiplicidad; identidad y diferencia. Todos los seres por algún lado se
tocan, por algún concepto se confunden; y por otro lado, por otro
concepto se diferencian y se combaten. Pero los contrarios se resuelven y
se armonizan en otro tercer término. Por ejemplo, ser y no ser; cuándo
se unirán estos dos conceptos. Pues se unen, según Hegel, en la ley
fundamental de su dialéctica, en el llegar a ser, por cuya virtud lo que
no ha sido, es.
Véase, pues, cómo en filosofía el orden y la conexión de las cosas
representa de una manera sensible, palpable, el orden mismo y la misma
conexión de las ideas. La dialéctica es ley a un tiempo de las cosas y
de los pensamientos, de la naturaleza y del espíritu, de la realidad y
del ideal.
El secreto entero de la filosofía hegeliana se encuentra en el
concepto fundamental de lo absoluto. Para la antigua metafísica, lo
absoluto es trascendental; para Hegel, lo absoluto es inmanente. Para la
antigua metafísica, lo absoluto, pura esencia, ser purísimo, fuera del
espíritu, fuera de la naturaleza, apartado del mundo y sin claras
relaciones con él más que por la idea confusa de la creación, y por la
ley no bien definida de la Providencia, fluye en su inmovilidad, en su
serenidad los seres, de lo absoluto distintos, de lo absoluto separados,
como la alta montaña fluye los ríos que van en su carrera creciendo a
medida que van de su fuente apartándose; mientras que para Hegel lo
absoluto se mueve, se difunde, anima como el calor central todas las
cosas, late en las ideas cual si fuera su sangre; es aquí materia
inorgánica, allá materia organizada; toma las afinidades de la química
para engendrar la vida de los seres, y las fuerzas de la mecánica para
producir la armonía de los mundos; sube, como la savia por los árboles,
sube por las fibras de la creación y se convierte en espíritu, primero
espíritu individual, personalísimo; luego espíritu objetivo, espíritu
social; y planteando de continuo oposiciones que resuelve en síntesis
suprema, tomando el carácter de la Trinidad cristiana, tres términos
distintos y un solo ser verdadero, encarna su derecho en el Estado, su
hermosura en el arte, su vida en la historia, su esencia múltiple, rica
de ideas, de pensamientos, plena, vivaz, perfectísima, en la última y
más acabada de todas sus manifestaciones, en la manifestación de la
ciencia.
Los antiguos creían que diciendo el ser lo decían todo. Su Dios era
el ser. Y creían no deber afirmar ya más. Para Hegel, para este gran
filósofo del movimiento dialéctico, es más que el ente, que el ser por
excelencia de quien nada se afirma el último de los seres, que a su
cualidad de ser otras cualidades reúne, y de quien pueden otras
afirmaciones [5] decirse. Y lo que decimos de la antigua concepción de
lo absoluto, lo que decimos de la antigua concepción del ser, decírnoslo
también de la antigua concepción de la lógica. Demasiado extensa para
unos, demasiado restringida para otros, la lógica no se hallaba, no,
concretada ni definida para todos. Y la lógica principia las ciencias,
puesto que tiene por objeto la idea en su pureza. Externa, formal,
arbitraria para los escolásticos, no pasaba de ciencia de las
proposiciones. Para Hegel, bajo su primer aspecto, la lógica aparece
como la ciencia de las formas universales y absolutas del pensamiento y
de la existencia. Pero la idea lógica no es pura forma, puesto que puras
formas no existen, y todas reclaman su contenido. El contenido de la
lógica, digámoslo así, la sustancia de la lógica es la idea natural, la
idea en su incomunicable esencia, la idea purísima cuando se despierta,
se levanta en el ser como se despertó y se alzó sonriente la Venus
griega en las espumas del mar. Dada la idea, se da la lógica; dado el
contenido se da la forma, porque la forma y su contenido se compenetran
de igual manera que se compenetran la idea y la lógica, la sustancia y
el organismo de la sustancia. Separad por medio del pensamiento el alma
del cuerpo; contemplad el alma en sí, en su esencia, y tendréis la idea
lógica, la idea pura, la idea antes de que la haya encubierto el velo de
la materia en el mundo y la impureza de la realidad en la historia. Y
como la lógica es la ciencia de la idea en su pureza, todas las ciencias
presuponen la lógica, y la lógica no presupone ninguna ciencia. Todas
deberán a la lógica su método; y la lógica se lo deberá a sí misma. No
hay ninguna ciencia que todo lo saque de sí, como la lógica; ninguna tan
libre, ninguna tan autónoma. La lógica es la ciencia del método
absoluto, de la forma absoluta, no sólo mientras, la idea sea abstracta o
en sí misma, sino después que la idea se haya encarnado en la
naturaleza y en el espíritu. Porque la idea se habrá desarrollado en
otras sustancias sin dejar su propia esencia, ni su pura forma. Las
categorías lógicas del pensamiento leyes son también de la realidad.
La idea no puede existir en la pura abstracción. La idea pasa de lo
posible a lo real. La idea pasa de la lógica a la naturaleza. Hay en la
naturaleza principios absolutos, como los hay en la lógica, como los hay
en las matemáticas. Y si hay en la naturaleza principios absolutos, hay
la ciencia de la naturaleza como hay la ciencia de la lógica. Los
principios lógicos, por ejemplo, el principio abstracto de la
causalidad, pertenecen solamente a la lógica, y se pueden aplicar a
todas las ciencias; los principios físicos pertenecen a la lógica y a la
naturaleza. Como la lógica es la idea en su abstracción, la naturaleza
es la idea en su primer grado de realidad. El universo es total. Nada
existe en él separadamente y en la soledad absoluta. No se puede apartar
el espacio del cuerpo, ni el cuerpo del espacio, el calor de la luz,
las cualidades de las sustancias. Si por abusos de lenguaje la separáis;
si apartáis la sucesión de los fenómenos del tiempo; si apartáis los
cuerpos del espacio, caeréis en puro nominalismo. Todo se junta, y se
vivifica, y se anima, y se relaciona, y se sostiene en la totalidad del
universo. La idea, no pudiendo. ser solamente la pura abstracción
lógica, pasa al espacio, que es y no es a un tiempo mismo, que es algo y
es nada; y del espacio la idea pasa a la materia, más tangible, más
real que el espacio; y ya la materia en el espacio adquiere movimiento y
se divide en unidades distintas que forman los astros, el sistema
sideral; y la aparición de los astros es el primer esfuerzo para
engendrar la individualidad; y la atracción es el deseo universal de los
astros a juntarse, a sostenerse, a relacionarse mutuamente, divididos
todos en grandes individuos y subordinados todos a una fuerza común; y
de estas relaciones puramente mecánicas, en las cuales el peso, la
gravedad predomina, va la idea a la vida química, que engendra la
variedad de sustancias, la acción de unas sustancias sobre otras, el
trabajo interno de unión y de oposición, que es afinidad, cohesión,
calor, magnetismo, flujo y reflujo de combinaciones, metamorfosis
continua, gradual de esencias; hasta que aparece después del mundo
mecánico y del mundo químico el organismo, [6] la planta que se asimila y
se nutre de materias inorgánicas, y las vivifica, y las espiritualiza;
el animal, cuyos órganos están sometidos a la unidad central de cada
cuerpo, y que afirma esta idea de la individualidad moviéndose, y
poseyendo, además del movimiento, calor propio, calor central; y así
como el mundo mineral se une al mundo vegetal por las cristalizaciones
que tienden a organismo propio, el mundo vegetal se une al mundo animal
por el zoófito, por el pólipo, especie de plantas animadas, especie de
cordón umbilical que ata nuestro organismo a la vegetación, hasta que
desde estos bocetos, desde estos borradores, poco a poco, por grados
sucesivos, por series sistematizadas, pasando en serie ascendente del
crustáceo al mamífero, la vida animal crece, y crece en perfección,
llegando al cabo a su obra maestra, al resumen y compendio de la
naturaleza, al organismo humano.